Tuesday, November 07, 2006

Merde


Nunca podré dormir sin pesadillas pues son parte de mi sangre

Thursday, March 30, 2006

Blancanieves


Blancanieves blanca, azote polar de mentes nubladas, viajeros sin pasaje por aires pesados, jugosos, floridos, en limbos perdidos, en tiempos sin tiempo, con sueños prendidos de fuegos fugaces y juegos prohibidos.

Blancanieves blanca y enanos malditos, de verdes prendidos por almas dolientes y vientres dolidos, pinocho enloquece, despide neuronas, y enanos malditos de verdes prendidos festejan sonrientes el jugo obtenido.

Blancanieves blanca, quien te quiere y quien te ve, nunca lo vas a saber, si hasta el ogro que te persigue, de tu oro lucra y vive,
hoy, y en cada amanecer.
Sergio Kohan, Noviembre 1994

Gato con botas


Gato con botas no caza ratones,
Derriba las puertas, destruye balcones,
Asola en las noches buscando comida,
Refriega los frentes con carne podrida.

Pasaron los años,
Cambió sus modales,
Son sólo apariencias,
Momentos de espera,
Mantiene su acecho,
Afila sus garras,
Aguarda el momento,
Disfruta y recuerda los años pasados,
Son hoy su alimento,
Su vientre se aqueja,
Afila sus garras,
La dicha ya llega.

Gato con botas no caza ratones,
Con paso de ganso aguarda su presa,
No morirá nunca,
Acecha y espera,
El tiene paciencia,
Su carne podrida,
Mugrosa conciencia,
Da vueltas y vueltas.

Gato con botas no caza ratones...

Sergio Kohan, Noviembre 1994

Hermanos de sangre


Hermanos de sangre,
Las manos con sangre,
Los cuerpos ocultos
En el viejo baúl del buick.
El país sin justicia,
De tìempos sombríos
Levanta su dedo
Y aplasta cerebros
No sirven caballos ni truenos
Escape imposible
De ruta sin salida

Hermanos de sangre
Las manos con sangre
De su propia sangre

No existen disculpas,
Nadie tiene dudas
En el país de la duda,
Que pudran sus huesos
Aunque mastiquen libros y hambruna.
El señor de los anillos
Ante millones los condena
Y ellos se pudran en su propio ácido
Hasta el fin de los tiempos.

Para ellos nunca habrá indulto ni perdón,
Ni tampoco un paredón
Donde escribir sus miserias.
Que la tierra los reclame
Para el juicio final
Y puede que al fin allí la verdad los gane.
Aquí son culpables, allá quien sabe.

Hermanos de sangre,
Quien sabe quién puso
La sangre en las manos,
Quizás la tomaron,
Quizás los usaron,
Quizás la heredaron,

Hermanos descartables,
Multiuso elastizables...


Sergio Kohan 1/11/1994

Monday, March 13, 2006

7 años de mala suerte

Rompí el espejo en mil pedazos,
Devoré con fruicción uno a uno,
Sentí sus huellas al buscar el estómago,
Quedó el camino al abandonar el cuerpo,
Arrastró mi sangre dejándome vacío,
Y el mismo vacío me arrastró hacia el cielo,
Solo quedó el camino,
Rojo escarlata que llevaba al cuerpo.
Aunque dentro,nada útil...sólo carne,
Reseca y sin ser.

Thursday, February 02, 2006

Hermandades


Yo nunca vi un párpado musculoso. El párpado siempre es flaco. Y yo sobre cada párpado tenía más o menos cuatro o cinco centímetros de tierra, de arena o de polvo o de barro o de mugre o lo que fuera. Porque estaba del lado de afuera y no podía verlo. Y si el párpado no era musculoso, con qué fuerza, con qué ayuda iba a levantar ese párpado con cuatro centímetros de barro arriba, con ese peso? Si además, esos dedos, esas manos, esos brazos, que eran mis dedos, mis manos y mis brazos, me colgaban al pedo, sin fuerzas, lastimados, cortajeados, rajados, jirones sangrantes, uno a cada lado. Dos horas, o dos días, o dos noches, o no sé cuánto habían pasado y anduvimos a los gritos, corriendo, chocando, tropezándonos con todo, mientras el viento nos acuchillaba de arena, nos tapaba de sombra y de oscuridad y de terror. Por algunas horas alcancé a escuchar los gritos de mi hermano sobreponiéndose al ruido de esa tormenta interminable mientras yo también le gritaba y buscaba encontrarme con él, poder tocarlo, un brazo, una pierna, algo, para encontrarlo, para tenerlo conmigo, para abrazarlo pero había pasado un tiempo interminable sin escuchar su voz y solamente seguía el ruido del viento, de ramas que se quebraban, de cosas que rodaban y chocaban contra cosas. Y de otras que volaban y que nos pasaban tan cerca y tan silbando que era el perfecto sonido del terror. Y buscando y buscando y tanteando y tanteando fui a chocar casi contra lo parecía una enorme pared de piedra o de montaña que te ayudaba con un poco de reparo y en una de esas que me parecía que estábamos cerca, me solté de esa enorme pared para tratar de tocarlo y el viento me levantó de nuevo y me mandó de nuevo a chocar entre las cosas y a volar y también a silbar volando, esperando solamente caer, para volver a agarrarme de algo, para echar un ancla. Entonces los ojos permanecían cerrados porque abiertos no se veía nada en esa oscuridad permanente y encima si los abrías se te metían todas las cuchillas dolorosas que empujaba el viento, el huracán. Entonces mejor cerrarlos, que se cargaran de tierra encima, que ya era barro, que se secaban o se mojaban de nuevo al vaivén de que hubiera más viento o de que hubiera más lluvia, o a lo mejor más sangre. De dónde había salido este destino de infierno y llanto si en la mañana de ayer, o del día anterior o ya no sé cuándo a lo mejor había estado el sol y el aire era tranquilo y se veían las lomadas y el pasto y los loros que pasaban y en la punta de los médanos resaltaban las huellas de muchos pies descalzos que habíamos sido nosotros cuando el sol les daba desde el costado. Y la cosa había empezado cuando con mi hermano mirábamos el ancho y largo de la tierra y estábamos a punto de ponernos a charlar. Y entonces las crestas de esos médanos parecieron moverse. Y de pronto se vinieron juntos el viento y la tierra y la noche y entramos a la vorágine del dolor y a la prisión del castigo hasta que un día, o una noche, o a lo mejor era una mañana, pero que no se sabía ni cuánto había pasado desde el día que se empezaron a mover las crestas de los médanos, pero que seguramente era más largo que una pesadilla y a lo mejor más corto que una vida sufriente. Por momentos empezamos, yo y las cosas, no yo y mi hermano, porque ya hacía un siglo que no lo oía a mi hermano, yo y las cosas, digo, empezamos a chocarnos menos, o a no chocarnos, como si de a poco el infierno se fuera tranquilizando. Y aproveché para soltarme de mis agarraderas y tratar de liberar de tierra las manos y en seguida traté de sacarme con los dedos destrozados la tierra que me cubría los párpados, una capa de tierra, y en seguida traté de sacarme otra capa, que ahora era de barro seco y así de a una, por un tiempo que no puedo calcular, me fui sacando todo lo que aprisionaba mis ojos, hasta que mis dedos desollados ya tocaron mis párpados, que precisamente no eran musculosos y que por eso o por precaución estuvieron cerrados todo este tiempo incalculable y que ahora, en unos momentos se volverían a abrir y a lo mejor, a ver. Era el momento justo, sentado en el suelo, con las piernas abiertas y estiradas, trabajaban mis manos sobre los ojos, preparándolos para el instante esperado, cuando se iban a abrir a la luz. Y se abrieron por fin. Y primero no se vio nada. Era todo negro. Una hora después todo gris. Y luego de mucho tiempo celeste, verde, naranja. Y luego, muy de a poco, un poco de luz. Fente a mí, a un metro y medio, en la misma postura, haciendo lo mismo, estaba mi hermano. Y tuve que esperar que terminara. Y de pronto nos vimos. No pudimos hablar. Era muy largo el tiempo de la atrofia para que los mecanismos pudieran recomenzar a mover los distintos engranajes. Estábamos allí. Irreconociblemente heridos, castigados, jirones de nosotros mismos. Extraordinariamente parecidos en la salida de la tormenta. Enormemente gordos, gruesos hasta lo indecible, cargados de arena y de tanta tierra por los cuatro costados, los hombros, los muslos, la cabeza, los brazos, llenos de tierra, capas y capas de tierra y arena y sangre ya seca sobre nuestros restos de ropas y de cuerpos. Y justo intentamos juntos levantarnos y de a poco pudimos hacerlo, hasta lograr estar parados y mirarnos y tratamos de avanzar centímetro a centímetro y aquello parecía costarnos un esfuerzo interminable, mientras el viento nos apuraba porque nos volvía el miedo y llegamos a tocarnos y nos olvidamos del huracán que ya volvía y del miedo y del terror y de la pesadilla y nos abrazamos y nos abrazamos y nos abrazamos y nos palmeábamos y nos palmeábamos tanto y tan fuertemente que la tierra que teníamos encima de nuestros cuerpos se fue soltando cada vez más y para qué nos habíamos palmeado que con nuestros apretones y abrazos cada vez más tierra volaba y cada vez más arena volando y entonces ya no pudimos ver nada más y por último nos perdimos de nuevo. Y esto no parecía ser el final de nada. Se parecía más al empezar de nuevo, de nuevo a perderse en el círculo de la tormenta y en el ojo del huracán o a lo mejor nos iba a pasar lo que ya nos pasó antes, eso que nos viene pasando sin cesar como si fuera un mismo tiempo circular, como si fuera una repetición o un replay permanente y así como hoy estamos en medio de la arena por un rato, por un día o por un siglo, otro día, otro momento u otro siglo nos va a tocar estar en el medio de una ola en el océano agarrados los dos al mismo salvavidas y sin podernos hablar, ni ver, ni nada dentro del agua, de las olas o la espuma en un vaivén donde la sal te abruma y te lastima, te ablanda, te hiere y te ahoga y no te ahoga y que te hunde de remolino o te levanta de maremoto o de pronto salimos del agua del mar interminable y estamos en una nube, o en el aire, en la estratosfera, en el espacio de nada sin sonidos, sin voces, sólo vibraciones que se sienten en la piel pero que no se escuchan y que te llenan de miedo porque nunca sabemos si será así, larguísimo como la última vez o no. Pero tampoco es bueno pensar que puede haber otros momentos que no sean en la tormenta, ni en el mar, ni en la nube y que también te llenan de terror porque te la regalo estar muy sentados en el jardín, como a veces, o en la playa, como a veces, o en el living, como a veces y que de pronto nos queremos poner a charlar de las cosas y es entonces que se nos viene ese pájaro ridículo que usan en la tele para que haga pipí para tapar cuando los tipos dicen malas palabras y entonces el pájaro se enloquece y pipí se escucha cada vez más pipí ese pájaro que le pone el pipí cuando vos hablás y se te encima y entonces no se entiende nada, solamente pipí, solamente pipí o quizá lo que seguro nos va a pasar el jueves cuando vayamos a la montaña entonces estaremos uno de nosotros allá arriba, en la punta de una montaña enorme y el otro también en la punta, pero de la montaña de enfrente que todavía sería peor, mucho peor, para lamentarse, para criticarse, para besarse o para putearse, mucho peor, mucho peor porque por lo menos en medio de la tormenta de tierra que recién les contaba los párpados débiles y flacos no te dejaban mirar, no te dejaban llorar. Y ahora no.
Guillermo Gazia - La Pampa

Wednesday, February 01, 2006

Odas paganas

Oh diosas de la voluptuosidad y la lujuria,
Envolvedme con vuestro perfumado y húmedo cuerpo,
Sometedme a todos los placeres por vosotras creados,
Oh dioses de la riqueza y el poder,
Llenadme de vuestros dones y beneficios,
Haced de mi una vasija de oro y diamante,
Miles de perlas negras, zafiros, esmeraldas,
Que me asfixien y me entierren bajo millones de joyas,
Oh dioses de la belleza,
Convertidme en Apolo y rodeadme de las mas bellas y complacientes mujeres,
Que no quede segundo sin sexo ni espacio sin cuerpo,
Y que al final del tiempo,
Mi mortal espacio se transforme en un viaje a la inmortalidad.

Tuesday, January 31, 2006

Un cuerpo sin cabeza


Su torso desnudo brillaba en el mar de sangre,
Sus pezones puntiagudos señalaban al cielo,
Sus cinceladas piernas sin relieves señalaban los formados músculos,
Sus delicadas manos y sus uñas de arco iris
Recordaban el pasado reciente.
Y en la mesa de luz,
Cual una caja de seguridad con el último pensamiento,
Su hermosa cabellera rubia
Sobre su perfecta cabeza
Y sus ojos grises transparentes
Encajaban perfectamente cual preciado tesoro
En busca de un nuevo dueño.
Triste amanecer para una virgen,
Alegre despertar para una esfinge.

Monday, January 30, 2006

El mal en las flores o la rebelión de Baudelaire


La destrucción: No siento simpatía por el domonio, pero es él quien busca seducirme.
Se presenta con formas inflamantes, mujeres voluptuosas y joyas preciosas.
Intenta sobornarme de todas las maneras posibles, pero no puede cambiar el color de mi sangre, y mientras no lo logre, la destrucción de mi ser será imposible.
Pesigue mis momentos de euforia y derrama sobre ellos agua helada, solo consigue congelar mi respuesta, frenar mi estímulo, frizar mis ideas, pero no logra quebrar mi voluntad.
No me presiones, pues sólo lograrás que estalle en mil pedazos de hielo que al derretirse al sol volveran a hacer de mi el mismo ser, la misma persona, el mismo espíritu combatiente que arrasa con todo intento de destrucción. Vencerme, puede ser, destruirme nunca, ni aquí ni en el más allá, ni en las cenizas ni en el acero, ni en la vida ni en la muerte. Conmigo no podrás ni aunque creas haberlo logrado.